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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9781408890257
Editorial: EDIQP|#Ediciones Salamandra
Rutger Bregman nos brinda en este libro la oportunidad de conocer, a partir de una combinación de imaginación y hechos científicos, cómo funciona la economía en el mundo.
A través del análisis de una semana laboral con menos horas, de cómo sería el mundo sin la pobreza y del planteamiento de nuevos supuestos económicos, “Utopía para realistas” deja muy en claro que con la ayuda de nuevas ideas y un poco de imaginación, la economía puede cambiar para bien.
La palabra utopía significa al mismo tiempo “buen lugar” y “ningún lugar”.
Dice el tópico que los sueños suelen acabar en pesadillas, que las utopías son terreno abandonado para la discordia, la violencia e incluso el genocidio y que, en última instancia, las utopías se convierten en distopías.
La historia está llena de ejemplos terribles de utopías: el nazismo, el comunismo, el fascismo, pero aun así ¿se debe renunciar por completo al sueño de un mundo mejor?
La respuesta es no; se necesita un nuevo norte, un nuevo mapa del mundo que incluya una vez más un continente distante, inexplorado: Utopía.
Se necesitan horizontes alternativos que activen la imaginación. La utopía, por lo tanto, empezará en una dimensión modesta, y si se deja a un lado, si no se alberga la esperanza de algo mejor, todo se volverá sombrío.
A partir de ello se debe saber que en la historia siempre ha habido soñadores cándidos sin los cuales aún se pasaría hambre, se vería más suciedad o habría incluso más pobreza.
Bertrand Rusell mencionó una vez: “No es una utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivas y activas”.
“Los pobres no saben manejar el dinero”. Esta parece ser la creencia imperante, casi un lugar común. Al fin y al cabo, si supieran manejar el dinero, no serían pobres, ¿no?
En los últimos años, incluso, las ayudas gubernamentales se han vinculado cada vez más con el empleo, ya que se dice que el dinero gratis hace a la gente más holgazana.
Las pruebas demuestran lo contrario. Numerosos estudios del mundo entero ofrecen pruebas concluyentes: el dinero gratis funciona.
Charles Kenny señala: “La principal razón por la que la gente pobre es pobre es que no tiene suficiente dinero y no debería sorprender tanto que entregarles dinero sea una forma eficaz de reducir ese problema”.
Por supuesto, esto no equivale a decir que se debería implementar este sueño sin planificación, puesto que podría ser desastroso.
Las utopías siempre empiezan en una dimensión modesta, con experimentos que van cambiando el mundo muy lentamente.
Ocurrió hace solo unos años en las calles de Londres que 13 vagabundos recibieron 3000 libras sin explicación y se obtuvieron resultados favorables.
Es muy difícil cambiar de la noche a la mañana la manera de abordar este problema, pero experimentos como este nos permiten hablar de otra manera, pensar de otra manera, describir el problema de otra manera.
Y así es como comienza el progreso.
Un mundo sin pobreza: quizás esa sea la utopía más antigua. Sin embargo, quien se tome este sueño en serio, inevitablemente, deberá afrontar varias preguntas difíciles.
¿Por qué los pobres son más propensos a cometer delitos?, ¿por qué toman tantas decisiones desacertadas?
Las estadísticas muestran que los pobres piden más préstamos, ahorran menos, fuman más, hacen menos ejercicio, beben más y comen menos sano.
Para los economistas, todo gira en torno a la escasez; no obstante, la percepción de la escasez no es ubicua, una agenda vacía provoca sensaciones distintas que una jornada laboral repleta.
La escasez afecta la mente, hace que la atención se concentre en la carencia inmediata. La escasez consume, se pierde la capacidad de centrarse en otras cosas que también son importantes.
Los pobres no toman decisiones desacertadas porque sean ineptos, sino porque viven en un contexto en el que cualquiera tomaría malas decisiones. Estar distraído pensando en cómo sobrevivir a fin de mes conduce a tomar decisiones poco sensatas.
Ser pobre no es carecer de carácter, es carecer de dinero, pero en vez de entender esto, los sueldos son más bajos y los horarios laborales aumentan.
Mientras no se entienda que la riqueza produce más riqueza, la utopía de un mundo sin pobreza se quedará solo en eso.
La historia no es una ciencia que ofrezca lecciones prácticas en pequeñas porciones para la vida cotidiana, aunque reflexionar sobre el pasado puede ayudar a poner en perspectiva los juicios de cada uno.
El historiador Brian Steensland ha estudiado meticulosamente el ascenso y la caída de la renta básica en Estados Unidos y subraya que, si el plan de Nixon para erradicar la pobreza a través de esta renta se hubiera llevado a cabo, las ramificaciones positivas serían enormes.
Ya no existiría la distinción entre los pobres merecedores de ayuda y los no merecedores, una distinción histórica que hasta la fecha es uno de los principales obstáculos para llegar a un mundo sin pobreza.
Sin embargo, la actualidad demuestra que esta no es una guerra contra la pobreza, es una guerra contra los pobres. La prueba está en la falacia vigente de creer que una vida sin pobreza es un privilegio por el que se ha de trabajar en lugar de un derecho que todos merecen.
En muchos países, el crecimiento económico, el bienestar y la salud todavía van felizmente de la mano.
Son lugares donde aún hay estómagos que llenar y casas que construir. Anteponer otros objetivos al crecimiento es un privilegio de los ricos.
Pero para la mayor parte de la población mundial, el dinero se lleva la palma. Oscar Wilde decía: “Solo hay una clase social que piense más en el dinero que los ricos, y son los pobres”.
Durante más de 30 años, el crecimiento apenas ha mostrado prosperidad. Si se quiere una calidad de vida superior, hay que dar el primer paso para buscar otros medios y un método de medición alternativo.
Pensar que el PBI todavía sirve para calibrar con precisión el bienestar social es uno de los mitos más extendidos, sobre todo para los políticos, que están de acuerdo en que el PBI siempre tiene que crecer.
El crecimiento es bueno para el empleo, es bueno para conseguir poder adquisitivo y es bueno para el gobierno, porque así nadie dispone de más dinero para gastar.
Pero haría falta cuestionarse antes ¿qué es el crecimiento?, ¿qué es el progreso?, ¿qué hace que la vida merezca realmente la pena?
Si se le hubiera preguntado al economista más reconocido del siglo XX cuál iba a ser el mayor desafío del siglo XXI, no habría tenido que pensarlo dos veces: el tiempo libre.
Desde la década de 1980, los ciudadanos han acusado cada vez más el peso del trabajo, las horas extraordinarias, el cuidado de los hijos y la educación.
El mundo es un lugar en donde la buena vida se paga con dinero y el que más duerme, más gana; algo contradictorio, puesto que actualmente se trabaja más de lo que se duerme.
El tiempo es dinero; el crecimiento económico puede aportar más tiempo libre o más consumo.
Y ese es precisamente el principal argumento en contra de la reducción de la semana laboral: más tiempo libre es demasiado caro, el nivel de vida caería y el estado de bienestar también.
Sin embargo, trabajar menos reduce el estrés, ayuda a detener el cambio climático, previene accidentes, evita el desempleo, y lo mejor de todo, forma trabajadores eficientes.
El propósito de una semana laboral más corta no es tanto que todos puedan tumbarse a no hacer nada, sino que se pueda dedicar más tiempo a las cosas que realmente importan.
¿Hay algo que trabajar menos no resuelva?
El 4 de mayo de 1970, tras largas negociaciones sobre salarios que no habían seguido el ritmo de la inflación, los empleados de banca irlandesa decidieron ir a huelga.
Al principio, los expertos predijeron que la vida de Irlanda se paralizaría. Primero, el efectivo se agotaría; luego, el comercio se estancaría, y finalmente, se dispararía el desempleo.
Sin embargo, la economía irlandesa siguió funcionando, es más: siguió creciendo. Los ciudadanos empezaron a emitir su propio efectivo, y en un abrir y cerrar de ojos, la gente forjó un sistema monetario radicalmente descentralizado.
Quizá lo cierto es que los bancos necesitan a la gente mucho más de lo que la gente necesita a los bancos, que algo sea difícil no lo hace necesariamente valioso.
La riqueza puede concentrarse en un lugar, pero eso no significa que sea en ese mismo lugar donde se está creando.
Los robots se han convertido en uno de los argumentos más sólidos a favor de una semana laboral más corta y una renta básica universal.
Este mismo proceso ha transformado el mundo del deporte, la música y la edición, que ahora dominan un puñado de pesos pesados.
La realidad es que cada vez se necesita menos gente para crear un negocio con éxito, lo cual significa que, cuando un negocio triunfa, cada vez se beneficia menos gente.
Los robots no enferman, no se toman días libres y nunca se quejan, pero sí terminan obligando a masas de gente a emplearse en trabajos mal pagos y sin futuro.
El futurólogo Ray Kurzweil está convencido de que en 2029 las computadoras serán tan inteligentes como las personas.
En 2045, podrían ser hasta mil millones de veces más inteligentes que todos los cerebros humanos juntos.
Parece irónico, pero los humanos crearon robots para hacer precisamente esas cosas que ellos prefieren no hacer.
Las preguntas del millón en realidad serían: ¿qué deberíamos hacer?, ¿qué nuevos trabajos traerá el futuro? Y, la más importante de todas: ¿las personas querrán hacer esos trabajos?
Estamos en la tierra de la abundancia, filosofando sobre utopías decadentes que prometen dinero a cambio de nada y jornadas semanales de 15 horas, mientras centenares de millones de personas todavía tienen que sobrevivir con un dólar diario.
¿No se debería abordar primero el mayor reto de la actualidad: permitir que todas las personas del planeta disfruten de la tierra de la abundancia?
Hay numerosos estudios retrospectivos que demuestran cómo una escuela, pueblo o país cambiaron después de recibir un montón de dinero, ayudas que fueron útiles o no.
El crecimiento económico no lo cura todo, por supuesto, pero del otro lado de las fronteras de la tierra de la abundancia, el dinero sigue siendo el principal impulsor del progreso.
Mientras no se pueda modificar todo un sistema, no queda más que analizar la forma más eficaz de obtener el equilibrio entre la mano de obra y la abundancia.
El camino no es fácil, eso está claro. Tierra adentro todavía hay muchísimas bocas que alimentar, niños que educar y casas que construir.
La solución más viable es moverse, los humanos no evolucionamos quedándonos siempre en el mismo lugar.
Las personas tienden a obcecarse cuando alguien cuestiona sus opiniones respecto a temas sociales. Se trata de ideas con las que la gente se identifica y eso hace más difícil desvincularse de ellas.
Hacerlo afecta el sentido de identidad y la posición que se tiene en los grupos sociales.
Un factor que evidentemente no es relevante es la inteligencia. Las personas inteligentes tienen mucha práctica en encontrar argumentos, voces expertas y estudios que apuntalen sus creencias preexistentes, no utilizan su intelecto para obtener respuestas correctas, lo usan para validar la que desean que sea la respuesta.
Sin embargo, a todos les cuesta mucho imaginar que las creencias podrían ser diferentes de como son en realidad. Por eso se necesitan pensadores que no solo sean pacientes, sino que también tengan el valor para ser utópicos.
Este debería ser el mantra de todos los que sueñan con un mundo mejor, para que se pueda oír que el reloj marca la medianoche y no se esté con las manos vacías, esperando una salvación que nunca llegará.
En realidad, el mundo se rige por muy pocas ideas y creencias, que se han convertido en los principales actores de la historia. Pero eso puede cambiar.
¿Cómo se hace realidad la utopía?, ¿cómo se llevan a la práctica todas estas ideas?
Con dos consejos esenciales: primero, todo aquel que se considera progresista debería irradiar no solo energía, sino ideas; no solo indignación, sino esperanza; con una mezcla de ética y persuasión en partes iguales y tener la convicción de que existe un camino mejor.
Y segundo, ponerse una coraza, no dejar que nadie diga cómo son las cosas. Si se quiere cambiar el mundo, hace falta ser realista, poco razonables y por supuesto, pedir lo imposible.
Quienes pidieron la abolición de la esclavitud, el sufragio para las mujeres y el matrimonio entre personas del mismo sexo también fueron tachados de lunáticos.
Hasta que la historia demostró que tenían razón.
Para continuar leyendo sobre cuestiones económicas desde un punto de vista actual, sigue con “Buena economía para tiempos difíciles”, de Esther Duflo y Abhijit Banerjee.
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Es un historiador y escritor holandés, considerado uno de los jóvenes pensadores más destacados de Europa. Tiene seis libros publicados en donde destaca su interés po... (Lea mas)
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